Hace unas semanas, por cuestiones de la vida, emprendí de nuevo la tarea de buscar trabajo con la finalidad de ahorrar para emprender una nueva aventura. Entre miles de correos enviados y llamadas telefónicas, logre entrar a una empresa dedicada al servicio de transporte terrestre, no era lo ideal pero el sueldo y comisiones eran atractivos. Decidí probar suerte y emprendí el proceso de contratación, a primera instancia los requisitos rayaban en la normalidad, hasta la solicitud de un examen médico junto con una prueba de embarazo (negativa por supuesto). Con ello se vislumbra al embarazo no sólo como impedimento biológico sino social para laborar, los cambios biológicos y psicológicos que sufre el cuerpo de la mujer durante la concepción la hacen un candidato menos propicio para trabajar, aunado al concepto de crianza de los hijos como una responsabilidad total de la mujer. Los hombres al ser considerados proveedores, nos son cuestionados acerca de si sus novias o esposas se encuentran en gestación, puesto que la paternidad no representa ningún impedimento para realizar las actividades laborales, según los roles sociales estipulados.
A pesar de estar consciente de la violación de mis derechos, me realice la prueba de embarazo, y logre entrar a la empresa que promocionaba en sus paredes una responsabilidad social hacía sus trabajadores. Me explicaron las funciones y me presentaron a mis compañeras y compañeros, al parecer hombres y mujeres realizan el mismo tipo de trabajo en el área que me toco, hasta que me explican el uso de uniformes, seis conjuntos con valor de tres mil pesos, los cuáles te descuentan de tu magnifico sueldo. Faldas, pantalones y un vestido cuyo uso es exclusivo de las mujeres, junto con el requerimiento de zapatillas de mínimo cinco centímetros, a los hombres solo se les pide vestir formal, no es necesario para ellos verse como accesorios decorados al servicio del cliente. Maquilladas, entaconadas y con una gran sonrisa: la perfecta imagen de la empresa.
El ambiente laboral solo refleja los valores de una sociedad sumergida en el machismo, en la cual las mujeres son vistas como objetivos de cacería y que ante cualquier carne fresca corren tras cual lobo hambriento, propiciando un ambiente de acoso sexual normalizado en el cual participan y fomentan tanto hombres y mujeres. He de admitir que no dure mucho en el trabajo, pero mis sietes días laborados me mostraron el ámbito sexista de este tipo de empresas, en las cuales no hay un verdadero esfuerzo por aplicar las políticas en pro de una equidad de género, que tanto de moda se pusieron hace unos años, y en las cuales se siguen manteniendo el esquema viejo paternalista y machista.
No obstante, también demostró la falta de un cambio de mentalidad, de valores culturales para afianzar la necesidad de una equidad de género, pues tanto hombres como mujeres se mostraban cómodos reforzando la distinción sexista que se les daba, reproduciendo con ello los roles sociales donde la mujer es objeto y el hombre sujeto. Que lejos estamos de las propuestas en pro de una igualdad de derechos y de un verdadero cambio en la sociedad.